Es momento de aclarar algo: la masonería no es una religión, sino una fraternidad que reúne hombres (y desde hace algún tiempo, mujeres) de diversas culturas y religiones dentro de un mismo espacio, para que puedan estudiar distintos temas de filosofía y alegorías tales como las que hemos estado describiendo en estas páginas.
Es tan maravilloso su carácter no-religioso que le concede total libertad de culto a todos sus miembros, con la única condición de que tengan la certeza de la existencia de un ser creador que bien puede llamarse Dios, Buda, Alá o cualquiera sea la denominación entregada por cada una de las religiones. Para no polemizar sobre cuál es su verdadero nombre, sencillamente lo llamamos Gran Arquitecto del Universo, haciendo valer su condición única e inigualable de geómetra que con sus propias herramientas diseñó y creó nuestro universo, la vía láctea, nuestro maravilloso planeta tierra y todos los elementos que componen este pequeño punto donde nos encontramos, así como todas aquellas galaxias que ni siquiera hoy en día conocemos.
La existencia de un Dios Arquitecto nos da la certeza de que nuestro trabajo está bajo su guía y nosotros somos sus albañiles encargados de cocrear un mundo mejor con las herramientas provistas por la masonería. Nuestro Gran Arquitecto del Universo no es un Dios castigador ni represivo; su obra nos expresa que su objetivo es concebir las más bellas creaciones, dotadas de una perfección casi mágica, lo cual ha sido demostrado mediante el descubrimiento de las leyes de la física. El movimiento elíptico de los planetas alrededor del astro sol en su viaje eterno por el espacio, que la disposición de las hojas en el tallo de un árbol cumplan la sucesión de Fibonacci o el hecho de cortar una manzana y ver que sus semillas forman una estrella de cinco puntas, son sencillas cosas que nos hacen entender que todo lo que nos rodea fue diseñado con una precisión matemática.
Así como el masón operativo hacía su trabajo por la gloria del Gran Arquitecto del Universo, los masones especulativos deben esforzarse porque sus acciones sean cónsonas con lo estudiado en las alegorías y estén siempre apegados al más absoluto concepto de moral en cada uno de sus actos, dentro y fuera de la logia. Esto no significa que el iniciado deba consagrarse hacia la santidad ni mucho menos, ni que tenga que apartarse a meditar en la cúspide de elevadas montañas con el fin de alcanzar la comunión espiritual con el Creador. El pragmatismo de la institución va mucho más allá de eso, ya que llevar una vida fundada en la honestidad, la verdad y el respeto, y honrar nuestro paso por la vida, ya es una forma de adorar al Gran Arquitecto que no espera de nosotros más que el que seamos sus albañiles en esta, su gran obra.